WikiLibro 15M.cc/Historia y contexto de las industrias culturales y medios de comunicación

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[editar] Historia y contexto de las industrias culturales y medios de comunicación

[editar] Max Horkheimer y Theodor Adorno, "La industria cultural"

El texto de la Industria Cultural se encuentra en la obra conjunta de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno Dialéctica de la Ilustración. En ella llevan a cabo una exposición que pretende ser una fiel descripción de la sociedad de su momento, aquella situada dentro del marco de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En este escenario de posguerra emerge una sociedad de masas en los Estados Unidos de América que se va extendiendo por toda Europa. Es una comunidad donde los hombres han perdido sus libertades envilecidos por lo que denominan «la industria cultural», de la cual vienen a decirnos que es un sistema totalitario más o menos explícito[1]. En su análisis llevan a cabo una asociación muy importante entre arte y sociedad, influenciados por el materialismo de Karl Marx. El arte, industrializado en esta nueva comunidad, es fabricado de forma masiva bajo unos mismos parámetros de repetición. Estas prácticas o infraestructura lo que harán será modificar la superestructura, el modo en que se configura el conjunto de los fenómenos jurídico-políticos e ideológicos de la sociedad, generando de esta forma lo que se ha denominado «sociedad de masas».

La sociedad de masas nace mediante el uso de la repetición y el descarte de cualquier elemento novedoso en los productos que realiza: «La novedad del estadio de la cultura de masas respecto al estadio liberal tardío consiste justamente en la exclusión de lo nuevo. La máquina rueda sobre el mismo lugar. Entre que, por una parte, determina ya el consumo, descarta, por otra, lo que no ha sido experimentado como riesgo»[2]. Mientras que la repetición aporta la seguridad de unos ingresos fijos que al fin y al cabo es lo que de verdad le interesa a la industria –«su ideología es el negocio»[3]–, la novedad se muestra como una amenaza a esta garantía consumista determinada de antemano, y como tal, se deja de lado mermando de este modo la creatividad de los consumidores, creatividad que va siempre acompañada de nuevas apuestas y de movimiento. Bajo este funcionamiento lo que opera es un sistema totalitario que, para mantenerse vivo, ha sistematizado la totalidad de la realidad, cultura incluida; en este sentido hacen referencia Adorno y Horkheimer a «la realización sarcástica del sueño wagneriano de la 'obra de arte total'»[4], en el sentido en que esta industria hace de toda la realidad una obra de arte, controlando cada uno de sus aspectos. Cada sector cultural estaría, para Adorno y Horkheimer, armonizado en sí mismo y todos a su vez entre ellos y así además en todos los países, por lo que no estaríamos situados ante un fenómeno localizado sino extendido por todo occidente y camino a la conquista de nuevos lugares más allá de nuestras fronteras. Sería un fenómeno que empaparía la totalidad de nuestras relaciones sociales.

Este arte resulta decadente para Adorno y Horkheimer, pues ha abandonado sus propios intereses para ponerse a trabajar al servicio de la ideología negando de esta forma su propia naturaleza. Esto se puede ver muy bien ejemplificado en la radio y la televisión de mediados de siglo XX, los cuales, nos dicen, no pretenden ya ni venderse como arte pasando a declararse abiertamente medios propagandísticos de la ideología de turno[5]. Esta meta se ha alcanzado mediante la estandarización de los productos, los cuales han comenzado a producirse a gran escala, además del servicio al poder al que se ha sometido el arte, perdiendo de este modo su valor propio y pasando a depender de otro que él, el poder gobernante, al que sirve como instrumento para perpetuarse. El arte perdería sus cualidades propias al tener que adaptarse a algo ajeno. La estandarización, por su parte, sería una de las formas mediante las que el poder se apropiaría del ámbito artístico y todo lo que de él deriva, limitándolo a las propuestas que más le convienen y desechando aquellas que podrían acabar perjudicándole, convirtiéndose en la causa principal de la mutilación de la creatividad y con ello adquiriendo el control de la sociedad. Teniendo en cuenta que desde la rama artística, y más desde la cultura, se crea un modo concreto de entender la realidad y por lo tanto de movernos en ella, podemos hacernos una idea de cómo puede el poder, sea del tipo que sea, aprovecharse de este ámbito para su propio beneficio.

Muestran también de qué manera se prevé cualquier posible diferencia y se integra en el producto que quiere venderse, creando productos que aunque en realidad son estándar, enfatizan unas supuestas diferencias que no son más que aparentes, logrando que nadie pueda escapar al control social llevado a cabo desde esta industria[6]. Para entender esto bien nos sirve el ejemplo del cine hollywoodiense de nuestros días, el cual aunque enfatice distintos géneros como el de terror, comedia romántica, suspense, bélico, etc., para no escapar a ningún individuo sean cuales sean sus intereses, está cortado por los mismos patrones: son historias lineales con planteamiento, nudo y desenlace, generalmente con un final en el que se han solucionado todos los conflictos que se habían planteado en un principio, y cuyos protagonistas acaban siendo felices. Suelen ser una sucesión lineal de imágenes acompañadas por los diálogos entre los protagonistas, los cuales suelen ser por norma general o personas, u objetos o animales personificados. La duración de este tipo de películas está también estandarizada entre los 90 y los 120 minutos generalmente, con algunas excepciones de películas taquilleras que han durado unos 180 minutos. Pero en definitiva es un cine que censura el libre desarrollo de todas sus posibilidades[7], por lo que estamos hablando de un impedimento a la creatividad propia de las facultades artísticas y de la emancipación de este ámbito, que ha quedado de esta forma estancado. Esta apariencia de que existe una diferencia, que en este caso ejemplificaba con los géneros, sirve para que las personas crean que tienen capacidad de elección, para que se les pueda hacer sentir únicas y especiales, con gustos propios, cuando en el fondo están comprando unos productos que están producidos en masa. Además, para que nada escape a esta industria, se da a entender que cualquier necesidad puede ser suplida por medio del consumo de los productos que nos ofrece, pero la realidad es que toda necesidad ha sido creada previamente por la misma industria[8]. Cualquier elección que uno pueda considerar que es personal, es una mera ilusión. Para Adorno y Horkheimer todo esto termina con una fuerte decadencia de toda nuestra cultura, pues se olvida el arte dejándolo de lado para explotar la venta de unos productos iguales, atrofiando de este modo la imaginación y la espontaneidad. La compra y el uso de estos productos pasa además, en el planteamiento adorniano, a ocupar la totalidad de nuestro tiempo libre, algo que es clave para mantener el sistema ya que se traduce en una ausencia de éste para nosotros mismos, no quedando lugar alguno para la reflexión. El tiempo que no dedicamos al trabajo no se emplea ya más para fines reflexivos y creativos sino que se gasta en el consumo pasivo, consumo que se ve a su vez limitado por lo que se produce que no es más que una variedad agotada en ciclos[9]. Esta repetición de ciclos con mínimas variedades entre sí la podemos ver muy bien ejemplificada en la moda, la cual se repite cada cierto período de tiempo, siendo muy común escuchar eslóganes como aquellos que rezan que “vuelven los 60” o que “vuelven los 80”, y se apropian de la ropa que se llevaba entonces sin ofrecer nada nuevo, una y otra vez.

A todo esto hay que sumarle además la fusión que tiene lugar entre la cultura y el entretenimiento en el planteamiento de Adorno y Horkheimer[10], pues esta inclusión del entretenimiento como parte de la obra va a modificar también la forma en que comprendemos el mundo en general. La industria cultural crea la necesidad de la diversión por medio de la publicidad, y según el planteamiento expuesto en este texto, esto provoca el acuerdo; el reírse con algo supone aceptarlo sin someterlo previamente a una crítica, mediante el olvido del dolor. El resultado es, precisamente, que se acepta sin contemplación la estandarización de la industria cultural, y por tanto tiene lugar una condena a muerte de cualquier manifestación artística que no se adapte a estos parámetros[11]. Además de acabar con las experiencias artísticas y depravar nuestra cultura, la industria cultural funcionaría no solamente como una suerte de opiáceo mediante el entretenimiento sino que además nos haría aceptar, ver con buenos ojos, todo tipo de maltrato social: «Si los dibujos animados tienen otro efecto, además del de acostumbrar los sentidos al nuevo ritmo del trabajo y de la vida, es el de martillear en todos los cerebros la vieja sabiduría de que el continuo maltrato, el quebrantamiento de toda resistencia individual, es la condición de vida en esta sociedad. El Pato Donald en los dibujos animados, como los desdichados en la realidad, reciben sus golpes para que los espectadores aprendan a habituarse a los suyos»[12]. Es decir, que se nos estaría preparando por medio de las formas artísticas para un modo de vida en sociedad basado en la docilidad donde la rebelión, y por tanto cualquier elemento crítico, no tendrían cabida; sería en este sentido en el que las formas artísticas estarían al servicio de la ideología.

Pero lo más pesimista del planteamiento que encontramos en la Industria Cultural es que todo este control tiene lugar en la esfera del ocio, aquella que en el análisis de Karl Marx sobre la sociedad industrial quedaba libre de su dominio. Para Marx las vidas de los obreros eran enajenadas a causa de la gran cantidad de horas que pasaban produciendo un capital que se les presentaba como alteridad, como una oposición a ellos mismos, la clase proletaria. El obrero trabajaba para conseguir lo necesario para sobrevivir, pues con el salario de su trabajo era a todo lo que podía aspirar, de modo que quedaba sujeto a la dominación de aquello que producía, que era a su vez aquello que le esclavizaba. De este modo, su producto se le presentaba como algo extraño, el capital que producía lo entendía como 'lo otro' que no era ya su producto puesto que no disfrutaba de él, sino que se le presentaba con una existencia independiente: sólo por medio de aquel trabajo podía el obrero seguir existiendo, pues con ese trabajo ganaba lo mínimo para poder sobrevivir, pero el modo en que lo ganaba era el mismo modo en que iba negando su existencia, acortándola y arruinándose como espíritu[13]. En el trabajo se encontraba enajenado en el sentido de que solamente fuera de éste podía el obrero encontrarse consigo mismo: «La vida misma aparece sólo como medio de vida»[14]. De este modo nos encontramos con que el ser humano, y no ya solamente el proletario, se ha quedado sin ningún espacio para su desarrollo personal.

[editar] Referencias

  1. ADORNO, Theodor W., HORKHEIMER, Max: Dialéctica de la Ilustración. La industria cultural. Trotta, Madrid, 2006, pp. 165 – 167.
  2. Ibid., pp. 178 – 179.
  3. Ibid., p. 181.
  4. Ibid., 169.
  5. Ibid., p. 240.
  6. Ibid., 168 - 169.
  7. COADY, R. R: “Censurando el cine”. Archivos de la filmoteca, 2003, no. 45.
  8. ADORNO, Theodor W., HORKHEIMER, Max: Op. cit., p. 186.
  9. Ibid., p. 180 – 181.
  10. Ibid., p. 181.
  11. Ibid., p. 181.
  12. Ibid., p. 183.
  13. MARX, Karl: Manuscritos economía y filosofía. Alianza, Madrid, 1989, p. 109.
  14. Ibid., p. 111.

[editar] Enlaces externos

El sueño de la sociedad del espectáculo en Bestias de Ciudad.

[editar] Cultura de masas, control del capital

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[editar] Referencias

  1. ADORNO, Theodor W., HORKHEIMER, Max: Dialéctica de la Ilustración. La industria cultural. Trotta, Madrid, 2006, pp. 165 – 167.
  2. Ibid., pp. 178 – 179.
  3. Ibid., p. 181.
  4. Ibid., 169.
  5. Ibid., p. 240.
  6. Ibid., 168 - 169.
  7. COADY, R. R: “Censurando el cine”. Archivos de la filmoteca, 2003, no. 45.
  8. ADORNO, Theodor W., HORKHEIMER, Max: Op. cit., p. 186.
  9. Ibid., p. 180 – 181.
  10. Ibid., p. 181.
  11. Ibid., p. 181.
  12. Ibid., p. 183.
  13. MARX, Karl: Manuscritos economía y filosofía. Alianza, Madrid, 1989, p. 109.
  14. Ibid., p. 111.