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Muchos de ellos salieron el domingo de sus casas para ir a la manifestación. Volvieron horas más tarde, pero entonces se enteraron de que en Madrid, en la Puerta del Sol, varios centenares de los miles que habían paralizado la capital no habían retornado a sus casas y se habían quedado en el kilómetro cero. Entonces, decidieron salir de nuevo ellos también a la calle, con Twitter como catalizador principal de la iniciativa. Desde entonces, varias decenas de jóvenes y no tan jóvenes han tomado la plaza del Ayuntamiento de Valencia para protestar contra un sistema que, dicen, les deja fuera.

La actividad en la acampada de Valencia (#acampadavalencia en Twitter, es frenética. Para las 20 horas estaba convocada otra asamblea, como la del pasado martes, para consensuar iniciativas y reivindicaciones. No está del todo claro qué es lo que piden los acampados, los "indignaos", como se les ha llamado, en referencia al libro de Stéphane Hessel "¡Indignaos!", que se considera el germen de esta reacción, pero sí está claro que detrás de ellos no hay ningún partido político, al menos a tenor de lo que se afanan en transmitir.

Se trata de un movimiento apolítico, pero no "antipolítico": los acampados quieren votar, pero están diametralmente en contra del bipartidismo existente. De eso van varias de las pancartas que adornan el lugar y que ayer preparaban para la concentración de última hora de la tarde. Falta confianza en el sistema político, sí, pero esa desconfianza va más allá del PP o del PSOE ("ppsoe", como lo llaman ellos). Hay un descrédito mayoritario en la política actual, pero no en la política como medio de conseguir los objetivos -aunque como las meigas, gente que desconfía por completo del sistema, "haberlos haylos"-. Los bancos y el aparato financiero también se llevan parte del pastel del enfado de los indignaos, que ven precariedad en su futuro laboral.

En definitiva, la idea es regenerar la democracia, ampliar la participación de los ciudadanos en la vida política. "Que de aquí salga el germen de la segunda Transición", es el deseo de uno de los indignaos. Para ellos, las reformas del 78, necesarias en el momento, se han quedado cortas.

Las revueltas en el mundo árabe han sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de cientos de miles de jóvenes que ven en mayo de 2011 su Mayo del 68. "Durante mucho tiempo se nos ha criticado porque no nos levantamos, y ahora que nos hemos levantado, ¿nos critican?", se pregunta una de las integrantes de la concentración. "Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir", reza una pancarta. Es un mensaje repetido en las plazas donde hay "indignados". Al fin y al cabo, como explican los más jóvenes, el principal problema es que el futuro está nebuloso, oculto tras nubes de incertidumbre. "No sabemos qué va a ser de nosotros en de unos años", se lamenta otro.

Así, con los referentes de las revueltas árabes y del mayo del 68 en la mente de los indignados, pasa la tarde. Son pocos los que descansan: los que no están preparando pancartas, escriben lemas en las cajas de cartón que les han cedido, reparten octavillas o se publicitan en las redes sociales. Así planean estar hasta el domingo por lo menos, aunque cada vez son más los indignados que piensan que este movimiento no se puede quedar aquí y ha de prolongarse en el tiempo: "Esto no hay quien lo pare".

Las concentraciones de apoyo surgidas en las plazas de las principales capitales españolas están lejos de tener una única explicación. Son indignados, decepcionados por el sistema político al que acusan de corrupto. Eso es lo que transmiten y así lo ha entendido el New York Times.