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Su quiosco, que da a la calle de Preciados y pertenece a la familia desde antes de la Guerra Civil, tenía dos casetas del 15-M apoyadas sobre sus laterales. “La vegetariana y la de la tolerancia”, ha recordado. Asegura que una mañana su hermano tuvo que retirar a una pareja que estaba “haciendo el amor” para poder abrir las puertas. El día que vio bombonas de butano para cocinar, pensó: “Esto va a saltar por los aires y el quiosco va a acabar en el reloj”. Recuerda mañanas de olor “a porros y vino, como una gran botellona” y acusa a los acampados de “intolerantes”. “No te dejaban hablar con libertad”. Recuerda lo vivido como un calvario” y contabiliza hasta 12.000 euros de pérdidas en un mes, “un 70% de la facturación”, según sus estimaciones. “No hemos recuperado ese dinero, pero me doy por pagado con este reconocimiento”, añade. Su “espinita” es que “los acampados se fueron cuando quisieron ellos, no fueron desalojados”.
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